De las cosas que más me gustan en esta vida son: jugar con los gatos, correr aventuras, la tortilla francesa e ir a ver cómo se encuentran las camadas de gazapitos que acaban de nacer. Todos los años, a finales del invierno o al comienzo de la primavera, me acerco hasta la Sierra de San Quílez para contemplar a las primeras crías de estos fantásticos animales, tan odiados y perseguidos por muchos. Hace tiempo que localicé unas madrigueras increíbles que parecen sacadas de un cuento infantil o de una fábula. Y ahí, a un metro del cubil, espero a que asomen estos fantásticos animales, que nuestra lengua se encargó de clasificarlos, como bien puede leerse en nuestro diccionario de la real academia en una de sus tres acepciones, como de un error. Pero un gazapo no es un error, sino un ser extraordinario.
Un gazapo no es un error
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